«El sionismo hoy legitima un nuevo genocidio»
El reconocido catedrático italiano recorre la génesis del sionismo y desmonta la dicotomía entre civilización o barbarie con que se obtura todo debate sobre la masacre de gazatíes.

El doctor Enzo Traverso es un historiador destacado, graduado en la Universidad de Génova en su Italia natal, con un doctorado en Francia donde enseñó ciencia política por veinte años. Hoy es catedrático en Humanidades en la Universidad Cornell, Esados Unidos. Algunos de sus libros abordan el conflicto palestino-israelí: El final de la modernidad judía: historia de un giro conservador; su reciente Gaza ante la historia. Su revelador estudio con anclaje en el presente tiene la solidez de un teorema y una deliciosa elegancia, que convierten a la lectura de la historia en un placer casi literario. Y sobre todo, desacraliza paradigmas occidentalo-céntricos para entender el genocidio en Gaza. Antes que contar la historia, el mayor valor de Traverso es ayudar a entenderla.
–Su libro plantea que el sionismo nació como reacción al antisemitismo, pero quiso combatirlo con las ideas del nacionalismo y el colonialismo en Europa. ¿Cómo arribó a esa tesis?
–El sionismo nació frente al antisemitismo al final del siglo XIX. Era la época de los pogromos en el imperio ruso con un antisemitismo muy difundido en toda Europa. Y el sionismo tomó los rasgos de los nacionalismos europeos de la época: fue su versión judía. En su corriente dominante -la de Theodor Herzl- reproducía estereotipos de los nacionalismos que, en muchos casos, eran antisemitas. Era la visión etno-racial de la nación con elementos orientalistas, esa idea de una superioridad de la civilización occidental con una jerarquía de razas: la superioridad de la raza blanca. Ese futuro país refugiaría a los judíos oprimidos. Pero hubo corrientes sionistas de izquierda -anarquistas y marxistas- que planteaban la idea de un movimiento de liberación nacional comparable a los de otros pueblos oprimidos o colonizados. En el sionismo coexistían esas dos almas. En 1948 se creó el Estado de Israel generando una coalición árabe que no aceptó la partición de Palestina, por muy buenas razones: los judíos eran una minoría y Naciones Unidas les otorgaba la mayoría del territorio. Esa guerra por la preservación del Estado israelí, en la que muchos combatieron como en una guerra de liberación nacional, se transformó en una guerra de conquista y colonización que derivó en la Nakba -“catástrofe” en árabe-: la expulsión de centenares de miles de palestinos. Ese proceso sigue y la guerra de Gaza es la nueva etapa.
–Es curiosa la narrativa sionista de “liberación nacional”, porque liberarse de los europeos implicaba colonizar a los palestinos o expulsarlos.
–Israel fue creado por la ONU en compensación por el Holocausto. La URSS aprobó eso y la guerra de 1948 fue combatida por el ejército de Israel con armas que llegaban de la Checoslovaquia comunista. La historia de Israel está hecha de contradicciones y la del sionismo no es lineal. Israel nació en circunstancias históricas extraordinarias, justo antes del estallido de la Guerra Fría: unos años más tarde, no hubiese sido posible esa unidad entre EE.UU., Gran Bretaña, Francia y el bloque soviético. Fue recién en 1967 cuando Israel se transformó en una especie de bastión o dispositivo geopolítico occidental de dominación en la región. Muchos judíos que pelearon en la guerra de 1948 nunca habían sido sionistas. Simplemente los liberaron de los campos de refugiados y como lo habían perdido todo, se trasladaron a Palestina. Luego participaron en la guerra sin una perspectiva ideológica en particular. Esa es una tragedia de la historia. Judíos que habían sido antisionistas y socialistas en Polonia, se hicieron combatientes de Israel. Hoy el ejército israelí ya no se compone de sobrevivientes del Holocausto, sino jóvenes formados en el marco de una sociedad colonial.
–Según Primo Levi, la Shoah no otorga a Israel un estatus de inocencia ontológica, y Menajen Begin -líder del grupo terrorista judío Irgún- era un fascista que habría aceptado de buen gusto esa definición. Ahora, comparado con Netanyahu, Begin parece moderado…
–Sí, seguro. En Gaza hay un giro cualitativo. Siempre hubo una corriente fascista en el marco del sionismo. Vladímir Jabotinsky era admirador de Mussolini y sus seguidores desfilaban en uniforme. Pero eran minoritarios. El sionismo fue durante décadas, dominado por el laborismo askenazi. Hoy esas corrientes fascistas -una forma de nacionalismo, racismo y supremacismo judío- están en el gobierno jugando un papel central, mezclados con otro sionismo radical que tiene un componente religioso muy fuerte. Los sionistas fascistas eran seculares, nacionalistas laicos. Ahora hay una coalición donde coexisten esas dos tendencias, las más reaccionarias y regresivas de un sionismo conceptualizado como “colonialismo de asentamiento”: tienen un proyecto de expansión territorial y depuración étnica que continúa expulsando palestinos.
–¿Cómo se entiende ese proceso en que los judíos pasaron de ser los discriminados de la Europa colonialista, a ser adorados por los herederos de los ultraderechistas que antes los perseguían?
–Giorgia Meloni es una heredera del fascismo, orgullosa del pasado fascista de Italia que promulgó una legislación antisemita y deportó judíos. Ahora, ella critica a la izquierda que se moviliza contra el genocidio en Gaza, acusándola de antisemita. Y en EE.UU. es grotesco ver a los evangélicos convertidos en sionistas radicales. Son ellos, mucho más que la comunidad judía de EE.UU., quienes financian la colonización de Cisjordania. Y en la coalición que apoyó a Trump hay corrientes de supremacistas que siempre han sido antisemitas. ¿Cómo se dio esta inversión? La razón fundamental es que Israel se convirtió en un elemento del dispositivo geopolítico occidental en Medio Oriente. Otra, es que después del Holocausto, el antisemitismo pasó por un proceso de declinación y Europa no es más un continente antisemita (el antisemitismo subsiste pero es marginal). Y el tercer elemento es que los movimientos racistas, xenófobos y nacionalistas, hoy tienen un chivo expiatorio mucho más eficaz: musulmanes e inmigrantes. Hoy el enemigo de la nación no es el judío, sino el inmigrante musulmán, de quien se hace un retrato parecido al que se hacía del “judío bolchevique”, quien era una “amenaza para el orden y la civilización”. Hoy lo han reemplazado por el terrorista islámico. Los judíos ya no son oprimidos en ningún país, pero son transformados en una especie de paradigma de la víctima a la que hay que proteger en contra de una nueva “ola de antisemitismo”, que en verdad es la opinión internacional que se moviliza contra el genocidio en Gaza.
–¿Se puede equiparar el terrorismo de Hamas con el del Estado de Israel? ¿Hay civilización contra barbarie?
–No hay ninguna simetría. No se puede establecer esa ecuación. Hamas es un movimiento islámico fundamentalista que organizó una horrible acción terrorista en Israel. Del otro lado hay un Estado con su ejército conduciendo un genocidio: una masacre espantosa y la destrucción de las condiciones materiales de existencia de un pueblo. Esto es un genocidio según la única normativa que existe, establecida por la Convención de la ONU sobre Genocidio. Así lo reconoció la Corte Internacional de Justicia de la ONU, además de un conjunto de juristas internacionales y otro de investigadores que trabajan el tema, muchos de ellos historiadores del Holocausto. Entonces, no se puede establecer una equivalencia: no hay ninguna simetría entre el terrorismo de Hamas y el genocidio implementado por un Estado con su ejército, uno de los más poderosos del mundo. Lo que siempre se ignora cuando se hace esta equiparación, es el contexto anterior al 7 de octubre de 2023.
–¿Por qué dice que el 7 de octubre no es el comienzo de algo, sino un epílogo?
–Porque es la conclusión de décadas de opresión, despojo, ocupación, privación de derechos y masacre de palestinos por Israel. El 7 de octubre, como dijo el secretario de Naciones Unidas, no surgió de la nada. Es resultado de un proceso de prácticas sistemáticas. Eso no lo justifica, pero si no se toma en cuenta esa prehistoria, el hecho es incomprensible. Como resultado de haber dejado de lado las premisas anteriores, surgió la narrativa de que el 7 de octubre fue una explosión de antisemitismo y que detrás de él, hubo simple odio a los judíos. Pero esto nace de la premisa criticada por Primo Levi, quien disentía en que existiese una inocencia ontológica de Israel. El sionismo cree que, al ser Israel un estado nacido de las cenizas del Holocausto, siempre estará actuando en defensa de las víctimas porque su política es sagrada por sus virtudes consubstanciales. Esa es demagógico e históricamente falso. Es un pretexto con que el sionismo hoy legitima un nuevo genocidio, lo cual es terrible si pensamos en el papel que jugó la memoria del Holocausto en el mundo para denunciar las nuevas formas de opresión, racismo y la violación de los derechos humanos. Hoy esa memoria es instrumentalizada y transformada en un arma para legitimar un genocidio. Las consecuencias serán catastróficas: significa borrar todas las fronteras que nos han orientado para distinguir entre el bien y el mal, el verdugo y la víctima, el opresor y el oprimido. Lo de Gaza tendrá consecuencias que sobrepasarán mucho el contexto de Palestina.
-La idea de “lucha contra el terrorismo” se ha convertido en un imperativo categórico que obtura todo debate. ¿Cómo se desmonta esa falacia?
–El argumento de Netanyahu es que Israel está rodeado de un odio antisemita y debe defenderse con todos sus recursos. Y cuando esto se transforma en genocidio, hay otros argumentos: “todos los palestinos son potenciales terroristas”. Y repite la fantasía de que el Holocausto fue un proyecto inspirado por el gran Mufti de Jerusalén con Hitler. Pero este modelo perverso de transfiguración del pasado tiene una función ideológica de legitimación de una política de opresión. Este tipo de operaciones suceden también en Europa. Después de los atentados por fundamentalistas en 2015 en Francia, todos los musulmanes en Europa fueron señalados como terroristas potenciales y hubo una ola islamófoba con leyes contra esa minoría. En Alemania la memoria del Holocausto en razón de Estado e implica un apoyo incondicional a Israel.
-Ahora Berlín aprobó otro embarque de armas a Israel. En su libro dice: “al fin y al cabo, Alemania no podía dejar pasar esta oportunidad: cuando hay un genocidio, siempre está del lado del verdugo”.
–Sí, es una ironía que se dice en Alemania. En Berlín hubo una manifestación de 60.000 personas contra el genocidio en Gaza. Allí hay una sensibilidad muy fuerte en la opinión pública, que se contradice con la orientación del gobierno y los medios. En esas movilizaciones hay muchos judíos que dicen “no acepto que Israel ejecute un genocidio en mi nombre”. La ironía es que, con el pretexto de luchar contra el antisemitismo, Alemania nunca había detenido a tantos judíos desde la caída del Tercer Reich.
–Usted cita la rebelión de esclavos haitianos contra los franceses en el siglo XVIII, donde los negros cometieron actos muy sanguinarios. ¿Está diciendo algo así como que no se puede predecir ni elegir qué hará el oprimido al rebelarse?
–Esa comparación no busca legitimar a Hamas. Si Palestina fuese una nación libre y democrática, Hamas sería enemigo de la izquierda: es un movimiento fundamentalista y reaccionario con rasgos autoritarios muy claros, antidemocráticos, misóginos y homofóbicos. Yo recuerdo simplemente que los métodos de acción terrorista fueron usados por la izquierda y muchos movimientos de resistencia y liberación nacional en Vietnam y Argelia, en Europa durante la Segunda Guerra Mundial y en otros países. Y siempre fueron objeto de reflexión crítica. No tengo duda de que el 7 de octubre fue un horrible acto terrorista por su concepción y consecuencias. Hay que reconocer que la opinión pública palestina lo percibió como un acto de resistencia y que fue concebido como tal. Un acto de resistencia armada puede estar justificado: es legítima la violencia del oprimido (también según el derecho internacional). Pero eso no significa que toda forma de violencia sea justificable o eficaz. Puede incluso que resulte contraproducente. Hubo movimientos de resistencia anti nazi que aceptaban matar civiles. Decir que en Gaza se enfrentan a un ejército de ocupación que ejecuta un genocidio contra combatientes de un movimiento de resistencia, es la definición objetiva del contexto. Eso no significa que la ideología de Hamás, su estrategia y sus valores, sean compatibles con un proyecto de emancipación y liberación.
–Usted dijo que el 7 de octubre despertó mitos antisemitas que han regresado contra los palestinos. ¿Por ejemplo?
–Un ejemplo es ese rumor en Europa de que los judíos mataban niños cristianos para hacer rituales de sangre, difundido antes de cada pogromo en la Rusia zarista. Es curioso que el 8 de octubre los medios israelíes y del mundo dieron por cierta la información de que niños judíos fueron decapitados y que hubo bebés arrojados a hornos. Todo eso fue falso: nunca se pudo comprobar. Y en los medios, las rectificaciones fueron mínimas. The New York Times publicó testimonios que después se demostraron falsos, hasta el punto de otorgar valor de investigación a una supuesta periodista que había sido miembro del ejército israelí. Diarios rigurosos transgredieron todas las reglas de la deontología del periodismo, publicando informaciones del ejército israelí como la pura verdad.
Israel no permitió el acceso a periodistas extranjeros a Gaza y nadie protestó. Sólo quedaron los periodistas palestinos que ya estaban allí y los mataron por centenares. Esto no levantó ninguna gran protesta internacional de los Estados ni en los medios. Si lo comparamos con la reacción hacia Rusia por la invasión a Ucrania, donde hubo un conjunto enorme de sanciones económicas y diplomáticas, la discrepancia es contundente.
–Usted cita a los comunistas que habían estado en campos de concentración nazis y que, al ser liberados, negaban que Stalin también los hubiese creado. Tendemos a creer lo que tenemos ganas de creer…
–Es esa misma operación la que hacen muchas personas convencidas de que el país nacido de las cenizas de la Shoah, no puede cometer un genocidio. Se tiende a creer lo que encaja con el prejuicio.
–¿Cómo se desarma el discurso de civilización o barbarie?
–Es muy complejo. En el sur global, en general se está en contra del genocidio y hay gobiernos que protestan, pero con una posición muy débil, sometidos a chantajes. Pero en el norte global hay una discrepancia radical entre lo que piensa la opinión pública y lo que dicen los gobiernos y grandes medios. Ese argumento tan común que estereotipa al conflicto entre civilización o barbarie, no aguanta más. Está vigente en corrientes hiperconservadoras minoritarias. La derecha mundial, en muchos casos, está muy molesta por lo que ocurre en Gaza y tiene dificultad en articular su discurso. No se puede ser creíble diciendo que Israel defiende a la civilización en contra de la barbarie.
–En Argentina, el diputado del PRO Nicolás Massot gritó desde su banca “¡genocidio!”, mientras otra diputada de su mismo bloque –Sabrina Ajmechet- le gritaba que se callara.
–Igual creo que es una excepción. Lo que me preocupa es la opinión pública israelí. Desde Israel se repite que son la única democracia en Medio Oriente con pluralismo y libertad de expresión. Y es un país cuya gran mayoría de la población está apoyando el genocidio. Hay manifestaciones contra el gobierno, muy desacreditado por la no liberación de los rehenes, pero no contra el genocidio. Los ciudadanos árabes de Israel fueron reprimidos cada vez que expresaron su voz.
Yo he trabajado la historia de los fascismos: la sociedad alemana sabía lo que pasaba porque miles de soldados volvían del frente con fotos y cartas. Los nazis intentaron ocultar sus crímenes y los alemanes no podían acceder a medios de información extranjera. Pero sabían. En Israel, un ciudadano tiene todas las fuentes de información que quiera. Puede leer Haaretz y mirar Al Jazeera. Es una población informada sobre lo que ocurre en Gaza. Pero las playas de Tel Aviv y los restaurantes están llenos, mientras a 70 kilómetros hay una masacre con bombardeos y destrucción. ¿Cómo cierta visión del mundo puede moldear las mentalidades hasta negar la realidad?
En 1935, cuando Italia ocupó Etiopía, cometió un genocidio y ese fue el momento de mayor consenso que tuvo el fascismo. Esto ha ocurrido en muchos países, pero en el mundo globalizado, donde todos pueden acceder a la información –salvo excepciones como Corea del Norte- es inquietante que el fenómeno se repita.
–Videla negaba los desaparecidos y los campos de concentración nazis estaban en las afueras, ocultos. Hoy en Gaza los soldados se sacan selfies orgullosos.
–Es un cambio de paradigma. Los soldados nazis estaban sometidos a una propaganda muy eficaz: les explicaban que la URSS era no sólo el enemigo, sino la barbarie, una raza enemiga controlada por judíos que eran el “cáncer” de la nación aria. Creo que en Israel hay una sociedad dañada por décadas de opresión y colonialismo, con una nueva generación acostumbrada a considerar al palestino como subhumano. Este cambio antropológico se produjo bajo un régimen que habla de la memoria del Holocausto como el factor existencial de Israel. Por suerte, en Israel también hay una minoría –que en los judíos de la diáspora es muy grande- que no acepta esa equivocación y esa propaganda.