El piñazo de dimensiones bíblicas que se comió el peronismo a escala nacional en las elecciones del domingo pasado le dio un baño de cruda realidad y lo devolvió, en peores condiciones, al agudo estado de crisis en que se encontraba antes de las elecciones bonaerenses del 7 de septiembre.

Valga una aclaración antes de desarrollar el siguiente análisis: el autor de esta columna no vio venir ni de cerca la paliza libertaria. En favor de este humilde escriba, ni siquiera lo tenía en sus cálculos el propio Javier Milei, según aclaró el presidente en una entrevista periodística posterior.

Si ese más del 40% fue a las urnas convencido del camino libertario, si hubo miedo al eventual caos sobreviniente a una derrota oficialista, si es lisa y llanamente antiperonismo o todo eso junto y más es irrelevante en términos concretos de respaldo al gobierno nacional y de rechazo a la traumática experiencia 2019-2023.

Para el justicialismo y afines, en realidad, la situación es sustancialmente más dramática. No es que sólo perdió el 26 de octubre: pierde siempre. El triunfo en elecciones nacionales se transformó en la excepción, no en la regla. Desde 2015 para acá, el Frente para la Victoria se convirtió en Frente para la Derrota.

Distintos son los guarismos cuando se trata de comicios provinciales o incluso locales. En Santa Fe, de hecho, en las últimas elecciones de concejales hubo victorias peronistas en 6 de las 10 ciudades más pobladas, empezando por la más grande: Rosario. Pero cuando la disputa es nacional, la caída es ciertamente lo más probable. Hay un dato objetivo: el justicialismo santafesino con el kirchnerismo adentro no ganó una sola contienda de medio término. Ni una en 20 años. Nunca.

Es lo que parece haber ocurrido también en la provincia de Buenos Aires. Cuando se discutió el territorio, las figuras locales del peronismo fueron más atractivas para un electorado no necesariamente afín. Como ya se sabe, cambió rotundamente el panorama poco más de un mes después.

Pretender, como planteó Cristina Fernández de Kirchner, que Fuerza Patria perdió allí por culpa del desdoblamiento que impuso Axel Kicillof no le hace honor a su estatura histórica. Por un elemento muy sencillo: en la elección nacional se votó con Boleta Única, factor que la ex presidenta se pasa olímpicamente a nado. Dicho de otro modo: no hubiera habido tracción desde los intendentes hacia arriba por el hecho de que el propio sistema electoral tiende a fracturar el sufragio. Y además, como se verificó en innumerables oportunidades, si los jefes locales ven que la papeleta de arriba es una mochila llena de piedras, la cortan y reparten sólo la suya.

Pero además, el posicionamiento de la titular del PJ nacional revela una vez más que toda la estrategia del peronismo a escala país está subordinada a sus cuitas internas en el conurbano bonaerense. Con los resultados a la vista.

Es cierto que su condena y proscripción, en un proceso judicial absolutamente reñido con el Estado de derecho, limitó sus márgenes de acción. Ahora bien, la derrota del domingo pasado no fue consecuencia de esa injusticia, por un motivo obvio: el peronismo no para de perder elecciones desde hace una década.

¿Qué clase de proyecto político nacional existe si la competitividad tiende a ser nula en las principales jurisdicciones del país, por fuera de los municipios del Gran Buenos Aires? ¿Cómo sería posible reconquistar la Casa Rosada si de arranque ya se dan por caídas Córdoba, Santa Fe, Mendoza, la tradicional CABA e incluso el interior de PBA? ¿Nada para decir sobre los fracasos reiterados en el norte y en el sur de la Argentina?

Hay una frase muy popularizada en redes sociales que dice: “Vas a ver peronismo hasta que te mueras”. Es más una expresión de deseos que otra cosa. La realidad es que, en tanto proyecto nacional y popular, el peronismo cambia o muere.