El asesor estrella está furioso y deprimido con la marcha de la gestión. Los consejos que caen en saco roto y la pelea con Karina y los Menem.

Santiago Caputo, el asesor estrella del Gobierno, vive sensaciones encontradas. Por momentos, cuentan sus confidentes, está furioso con lo que ocurre en el entorno de Javier Milei, es decir, todo aquello que él no puede controlar. Y en otras ocasiones, cuando se da por vencido, la ira le da paso a la depresión más profunda: siente impotencia, frustración por no poder cambiar el curso de la nave, desánimo por ya no influir en el Presidente como lo hacía antes. El último consejo que le vendió, el de moderar su inflamado discurso en aquella recordada cadena nacional en que Milei bajó su motosierra y prometió que de pronto sí habría plata para los jubilados, los discapacitados y la universidad pública, duró lo que un suspiro. Pocos días después, el libertario ya estaba nuevamente en campaña y con la agresividad de siempre, insultando al periodismo y a los “kukas”. Así no se puede.
El desencanto terminal de Caputo con el gobierno tiene que ver con la falta de reacción que le achaca a Milei. Es cierto que era el autodefinido “Mago del Kremlin” quien estaba al frente de la batalla cultural de los libertarios, pero como es, ante todo, un consultor y no un militante, sabe reconocer los límites de la realidad y actuar en consecuencia. El mazazo electoral en la Provincia significó un límite muy preciso a la batalla cultural y demostró que el ánimo social está demasiado caldeado para ese discurso provocador. Por eso su consejo fue bajar tres cambios. Y Milei, dijimos, intentó hacerle caso, pero enseguida volvió a ser Milei. Es decir, alguien que no puede cambiar, que no reconoce los límites, que ante una derrota redobla la apuesta y ante una curva solo atina a acelerar. Y ese Milei que el propio Caputo ayudó a consolidar en su hora de gloria es el que ahora, cuando el ciento cambió, ya no logra desactivar. El experimento se salió de control.
El otro motivo por la que Caputo está furioso y a la vez deprimido es porque tampoco le hicieron caso en el pedido de oxigenar al Gobierno tras la derrota bonaerense y el escándalo de las coimas, que exigía que rodaran algunas cabezas para descomprimir. Caputo señaló como “fusibles” a los primos Menem, Martín y “Lule”, y por un momento pareció que convencía al Presidente. Pero la hermana Karina, principal sostén de los Menem, decidió que se quedaran. Milei propone, pero ella dispone. Tiene el mando del gobierno y está cansada de lo que considera que son intrigas de Caputo en su contra. Cuando el asesor pidió lugares en las listas electorales para los suyos, no obtuvo ninguno. Cuando pidió echar a los Menem, lo ignoraron. Cuando aconsejó moderar el discurso del Presidente, la idea se desarticuló por su propio peso.
¿Cómo no enojarse? ¿Cómo no deprimirse?
Terminemos con una pequeña anécdota que involucra a un periodista de NOTICIAS, Juan Luis González, el biógrafo no oficial del Presidente. En las horas posteriores a la hecatombe bonaerense, cuando Caputo empujaba fuerte para que los Menem abandonaran el barco y la mayoría de los medios nacionales ya anunciaban ese desenlace, González se permitió dudar de eso en un tuit: Karina era la que tomaba las deciciones, advirtió, por lo que los riojanos difícimente se irían.
Cuando ese augurio se confirmó, uno de los principales colaboradores de Caputo le escribió al periodista para entender. “¿Por qué son así?”, preguntó, desahuciado. Ya no comprendía la lógica interna del gobierno en el que trabaja.
Caputo está igual de desahuciado. Por eso empezó la cuenta regresiva para su salida.