Crecer es otra cosa
El último año con un crecimiento importante de la actividad industrial fue 2011, cuando la producción manufacturera se expandió un 6,5 por ciento. Ese año finalizó un período de avance del sector fabril de ocho años ininterrumpidos que acumuló una mejora del 71,9 por ciento. A partir de 2012 la tendencia se revirtió, con caídas del 1,2 por ciento ese año, del 0,2 en 2013 y del 2,5 en 2014. En 2015 asomaba una muy tibia recuperación del 0,1 por ciento hasta octubre cuando se produjo el apagón estadístico del Indec que dejó de proporcionar información oficial. Para la Unión Industrial Argentina, ese año terminó con una baja del 0,8 por ciento luego del impacto recesivo de la devaluación y el parate originado por las primeras medidas del gobierno de Mauricio Macri. El balance de la política económica del kirchnerismo para la industria fue sin dudas una década ganada, con todos los bloques fabriles en alza y en especial aquellos más demandantes de mano de obra. El cambio de orientación con el modelo de Cambiemos dio lugar al inicio de una nueva etapa para la producción manufacturera que ha ocasionado en dos años de gestión un declive pronunciado. En 2016 se anotó una caída del 4,6 por ciento, la mayor desde el desastroso 2001, incluso superior en un solo año a la acumulada en los flojos 2012-2015. 2017, en tanto, habría finalizado con un alza de alrededor de 2 puntos (hasta noviembre, último dato disponible, era 1,9). La expectativa de economistas y empresarios para 2018 es otra vez de un avance moderado, de entre 1,5 y 2 por ciento, que no permitirá recuperar la pérdida inicial cuando la alianza del PRO y la UCR hayan transitado ya tres años en el poder. Es el resultado de la transformación estructural de una economía con base productiva hacia otra afincada en la valorización financiera.
El presidente Macri sostiene que 2018 será otro año de crecimiento del PIB, aunque en rigor será más bien un año de amesetamiento con un avance estadístico sustentado en las actividades agropecuaria, financiera, inmobiliaria y un puñado de sectores concentrados. Para la industria y los encadenamientos productivos que posibilitan el desarrollo nacional el crecimiento es otra cosa y está lejos de ocurrir. La perspectiva a mediano plazo con la actual política económica es de relativa estabilidad para los rubros fabriles más dinámicos asociados a la agroindustria y aquellos con inserción en cadenas globales como el automotor, y de paulatino achicamiento para los orientados al mercado interno, que soportan una combinación de incremento de costos por las subas de tarifas y combustibles, la debilidad de la demanda interna y externa y el aumento persistente de las importaciones. Esa evolución configura para los denominados sectores sensibles como textiles, calzados, marroquinería, juguetes y algunos de la metalmecánica, entre los principales, un escenario preocupante, que para numerosas empresas amenaza seriamente su supervivencia. Es una reedición de la experiencia atravesada en los 90 y durante la dictadura, aunque esta vez la instauración del patrón neoliberal los encuentra con más espalda para resistir la embestida por la acumulación lograda en los años de la heterodoxia kirchnerista.
En base a este diagnóstico, la estrategia defensiva que despliegan cada vez con más intensidad los sectores vulnerables repercute en el eslabón más débil de la cadena como las víctimas principales: los trabajadores. Esto opera por distintas vías. La primera es la pérdida neta de puestos de trabajo. Desde que Macri desembarcó en la Casa Rosada, la industria destruyó 65.700 empleos registrados, de acuerdo a los últimos datos del Ministerio de Trabajo, con información a octubre pasado. La segunda son las suspensiones, que también encuentran al sector fabril como principal responsable en el global de la economía. La tercera es la flexibilización laboral de hecho, que los trabajadores aceptan con resignación frente a realidades objetivas de achicamiento en los niveles de producción y el aprovechamiento de patronales que cercenan derechos adquiridos en los años de vacas gordas. La cuarta, ligada a la anterior, es la pérdida de poder adquisitivo de los salarios con paritarias que plantean en la mayoría de los casos ingresos directos e indirectos que como mucho le empardan a la inflación. En relación a las dos últimas variables, el Gobierno despliega de manera activa una política que persigue una reducción de los costos laborales. La quinta es la tendencia a sustituir producción nacional por importaciones, a la que se montan sin distinción grandes, medianas y pequeñas empresas. “Lo importante en esta etapa es no perder el canal comercial”, describe un encumbrado dirigente industrial. Es decir, la clave para la continuidad de las firmas es preservar su participación de mercado, no importa tanto si lo hace con elaboración propia o con bienes importados. En marroquinería, por ejemplo, el registro de importadores se duplicó de 400 a 800 en el último año, según informó esta semana la Cámara Industrial de Manufacturas de Cuero (CIMA). El grueso lo conforman talleristas que complementan sus líneas de producción con artículos traídos de China u otros países. Lo mismo sucede de modo visible con los textiles y en demás rubros que abastecen el mercado interno. El sexto factor que golpea a los trabajadores es la precarización laboral, al pasar las empresas contratos por tiempo indeterminado a empleos sin registrar o ampliar la porción en negro que integra los salarios. Esto ocurre de modo más acentuado en las pymes, que son al mismo tiempo las que más empleo generan y las más expuestas a la intemperie del proyecto neoliberal. “Los sectores informales van desplazando a los formales con una competencia desleal”, describe el empresario. Como se ve, tanto para los industriales y especialmente para los trabajadores, crecer es otra cosa.
“El panorama para el empleo industrial este año es similar al de 2017. Si Brasil aumenta un poco sus importaciones desde Argentina, en especial del sector automotor y de la rama alimenticia, puede haber un ligero crecimiento, pero estará lejos de compensar la pérdida de los últimos dos años”, advierte el directivo de una de las principales entidades manufactureras. La aprobación de la ley de Compre Argentino que aguarda su sanción definitiva en el Senado puede resultar, sostiene el empresario, en un estímulo efectivo si se implementa con rigurosidad. Sin embargo, reconoce que la señal de haber excluido a YPF del cumplimiento de la norma y la experiencia de la década pasada, cuando también existía una legislación que promovía las compras nacionales que en la práctica no funcionó, lo hace conservar cierto grado de escepticismo sobre el impacto real del instrumento.
Después del comercio mayorista y minorista, por escaso margen, la industria es la actividad económica que más empleo moviliza en el país. Es tres veces y media más importante que la construcción y entre siete y ocho veces más demandante de trabajadores que las actividades rurales y las financieras. Además, es un eslabón determinante para el desarrollo nacional. Los años de recuperación de la década pasada pusieron otra vez en carrera a numerosos enclaves que habían quedado al borde de la extinción tras pasar por el desierto de los 90 y el 2001. Era claro a fines de 2015 que todavía faltaba un enorme camino por recorrer para consolidar un proyecto industrialista, empezando por su crónico déficit comercial. El cambio de dirección que operó el macrismo desde entonces ha hecho que los mayores problemas a resolver no hayan sido siquiera encarados, mientras que el presente y el futuro se visualizan con una marcada incertidumbre.