Opinión

¿Qué hay de nuevo, viejo?

A medida que el macrimileísmo ratifica sus grandes orientaciones, el escenario político y mediático se entretiene con la danza de avances y retrocesos en materia de nombres. Es como si algunas individualidades pudieran modificar lo que, sin rodeos, significará el intento de retornar a los ’90 y a la experiencia cambiemita de 2015/2019.

La improvisación del presidente electo y sus socios continúa siendo quizás asombrosa, aunque no falten quienes le adjudican, o sospechan, un genio maquiavélico.

Es la historia ésa de que primero logró que el peronismo le completara las listas. Después, lo usó para que se sintiera ganador. Luego, empleó al mismo Mauricio para servirse de su apoyo. Más tarde, logrado ese sostén, descartó al patrón y le metió cuña vía Patricia para estallar a los cambiemitas. Y, por último, se sienta a contemplar su obra haciendo lo que siempre quiso. El club de los conspiranoicos, que inventa teorías afiebradas cuando no sabe o no quiere explicar cuestiones sencillas, está de parabienes.

En el plano de los cargos ejecutivos, el dichoso Pacto de Acassuso parece haber volado por el aire. Macri, para variar, no habría tolerado que se ponga en cuestión su carácter de dueño absoluto. Bullrich, también para variar, tampoco resistió su compulsión a figurar como sea en algún lugar expectable y, por enésima oportunidad, se muda de partido. Juntos por el Cambio, que desapareció como tal desde la derrota en primera vuelta, se transformó en un aquelarre donde no es posible encontrar definiciones concretas. Son desopilantes las vueltas que pegan sus ex miembros para definir si van a cogobernar directamente; si van a hacerlo, pero un poquito; si el pueblo los votó para ser oposición; o si irán viendo según sople el viento.

Así, terminó ocurriendo que el cordobesismo de Juan Schiaretti y compañía, a quienes se ponía en incógnita entre su furiosa voluntad anti K y la incertidumbre de apoyar al personaje “desconocido”, es la única expresión que apoya a Javier Milei sin medias tintas. Con las palabras, con varios cargos y hasta con la intentona de jugar a Florencio Randazzo al frente de la Cámara de Diputados. Ni siquiera el gobernador electo Martín Llaryora, al que daban como peronista friendly para romper con la dependencia schiarettista, se privó de sugerir que está casi a total disposición de lo que a Milei le parezca.

Pero, al cabo de lo antedicho y sin restarle valor a luchas de egos que ya demostraron demasiadas veces una influencia decisoria en todas los campos, la realidad realmente existente es un seleccionado menemista.

Gente de Domingo Cavallo por doquier. Del “mejor equipo de los últimos 50 años”. Del “Messi de las finanzas”, quien salió disparado por la puerta de atrás, luego de intervenir en el préstamo y la fuga de dólares más siniestra de la historia argentina, para convertirse en ministro de Economía.

En todos los mentideros de la casta resucitadísima afirman que a Luis Caputo le bastó con prometerle a Milei la certidumbre de una nueva deuda dolarizada. Lo desmienten tanto en el Fondo Monetario como en el mercado financiero internacional, pero no importa. La memoria popular pinta achicarse sin remedio, así fuera probable que se allegue algo de plata desde el exterior por alguna apuesta para sostener la nueva etapa “antipopulista”.

Mientras la diversión analítica pasa por el resentimiento de Macri contra Bullrich o viceversa, la tenida de Victoria Villarruel contra El Jefe Karina o versus el propio Milei, el posicionamiento de los gobernadores que no saben dónde posicionarse, se erige con todas letras un ajuste de dimensiones inéditas, devaluación, estanflación y mejor comprate generadores portátiles.

Lo de la casta te la debo, incluyendo las movidas en un Poder Judicial donde tampoco hace falta esperar a la asunción del nuevo gobierno. La capacidad intuitiva de esa familia dinástica es fenomenal. En términos de horas sobreseyeron a Macri por el espionaje a los familiares de los muertos en el ARA San Juan (del que no dicen que no haya existido, sino que correspondía para proteger al Presidente…). Anularon la disposición que declaraba servicio público esencial a las telecomunicaciones. Y de la noche a la mañana le voltearon a Riquelme lo que iba a ser su triunfo irreversible en Boca. Dale que va. De yapa obvia, ordenaron reabrir investigaciones contra CFK.

No se requiere encuesta alguna para dictaminar que estos enjuagues tienen sin cuidado a una mayoría o primera minoría de la sociedad. En todo tiempo y lugar, a más de la legitimidad de los votos, el ganador dispone de un envión esperanzador.

Hay, encima, la expectativa macro de que, sin sequía, con pronóstico energético muy favorable y superávit comercial ostentoso, el país tiene con qué nutrir el “ordenamiento fiscal” contra los más vulnerables. ¿La velocidad ésa será más fuerte que la reacción del tendal de “caídos”, de acuerdo con la palabra tenebrosa que empleó Milei en una de sus tantas entrevistas con los medios que le sirven de voceros?

Imposible saberlo, al menos hasta donde da el alcance de quien firma.

A todo esto, no cabe quitar la visión sobre el papel que le corresponde al todavía oficialismo.

Como bien señala Washington Uranga en su columna del viernes en Página/12, a propósito de quién se hace cargo, no hay allí capacidad de respuesta.

Puede entenderse ¿tranquilamente? que el peronismo, o Unión por la Patria o como se llame lo que subsista, o su dirigencia, no asimilen todavía el golpe de las urnas. Incluso, hay quienes afirman que, por el momento y hasta más ver, se impone una silenciosa retirada estratégica para luego usufructuar la implosión del delirio.

Pero otra cosa, tal cual advierte el colega, es que vayan a dejar a la deriva, sin contención, a casi la mitad del país que votó una alternativa distinta a la que gobernará desde el 10 de diciembre.

Y, como asimismo indica Washington, también son cosas distintas que haya disputas y debates por la oposición de ideas y que, en otros (muchos) casos, se trate de un peligroso tono de agresiones, provocaciones y amenazas cargadas de odio y resentimiento. “Hay en esas manifestaciones un germen de violencia social y política al que debe atenderse presurosamente, como sociedad, antes de que derive en consecuencias inevitables”.

Microfascismos cotidianos, e incrementados. En el clima cotidiano y en la invitación de los ganadores.

Quitadas reacciones en gremios y organismos del Estado, próximos a una andanada brutal en la que justos y pecadores pagarán por igual, la dirigencia y figuras vencidas en las urnas -con algunas otras salvedades que correspondan- semejan haberse borrado olímpicamente, como si el 45 por ciento de los votos fuese moco de pavo.

Sigue faltando un agradecimiento, formal, poderoso, al impactante esfuerzo de lo que se denominó la micromilitancia, consciente de que los números no daban y de que, precisamente por eso, se exigía un brío adicional. Lo específico es que, excepto por la mención más bien protocolar de Sergio Massa en la noche de la derrota, ni tan sólo pudieron ponerse de acuerdo en algún comunicado, referencia, lo que fuere, para reconocer a quienes no se merecen que se los ignore.

Por ahora, lo certero es que la crisis de representatividad es inédita.

A comienzos de siglo se vivió algo parecido, con aquello de que se vayan todos. Pero hubo una subsistencia de estructuras partidario-institucionales que (salvadas las papas con el ajuste megadevaluatorio post-derrumbe, más las circunstancias propicias de la economía mundial para las materias primas argentinas) permitió la anomalía kirchnerista.

Hoy, en cambio, lo que rige y se avizora es una murga de tribus.

La tribu de los libertarios con votos prestados. La de los ex cambiemitas partidos en montones de pedazos, con unos PRO por acá y otros por allá. La de los radicales que todo lo contrario a ni sí ni no. La de los gobernadores que ídem. La de un Congreso del que nadie conoce en cuántos bloques quedará dividido, sujeto a vaya a saberse cuáles negociaciones, intercambio de favores y, vamos, compras. Las tribus de las grandes corpos en lucha por las tajadas, excepción hecha de no entenderse que como primera y última causa se trata de negocios.

Y las tribus del peronismo/progresismo, por supuesto.

Deberían ser las primeras en darle a la resistencia acciones de unidad y proyecto. No se ven. Y sería mejor que empiecen a aparecer, porque las tribus del ajuste contra quienes menos tienen van ganando relativamente cómodas.

Eduardo Aliverti

Periodista, locutor y docente.

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