Opinión

Se dobla, pero no se rompe

Claves. El gobierno logra imponer la agenda y evitar que se hable de economía. Sin embargo, no pudo extender en el tiempo el éxito logrado en el G20. Carrió y Monzó, dirigentes clave para el oficialismo.

 

Cambiemos se dobla pero no se rompe. Los radicales y Elisa Carrió no tienen donde ir si le sueltan la mano a Mauricio Macri. Y afuera, en política, siempre hace frío.

El ejemplo más claro de permanencia por conveniencia y no por encantamiento se dio esta semana en la Cámara de Diputados. Emilio Monzó —a quien muchos daban yéndose de Cambiemos— decidió ir por la reelección de su cargo y, una vez, conseguida se despachó contra el presidente de la Nación y el jefe de Gabinete. «Viva la rosca», pareció decir Monzó. Pero no se va de Cambiemos. Que se doble pero que no se rompa.

Para los radicales, en tiempos de crisis, el macrismo siempre tiene reservada una mesa para que vayan a comer achuras y costilla ancha en alguna parrilla de moda. Así ocurrió por estos días, en un restaurante porteño, cuyo dueño es rosarino.

Jamás va a romper el radicalismo, cuando Macri y Peña les concedieron cargos menores, pero cargos al fin. Más que ministerios. Habrá que ver si esa relación prospera. Frente a eso, hacen silencio de radio hasta con decisiones que van en contra de la identidad radical, como el protocolo de Patricia Bullrich.

En política, afuera hace frío

Habrá que ver si los cacareos tuiteros de Elisa Carrió toman correspondencia con la posibilidad de que rompa y se convierta, otra vez, en especialista en demoliciones. A su lado, también hay decenas de lilitos con cargos en dependencias oficiales que tiemblan ante la posibilidad de una ruptura.

Pese a que es un incordio para el gobierno estar dependiendo de los humores volátiles de Carrió, sus críticas a la decisión de endurecer los posicionamientos en materia de represión al delito mantienen todo bajo control. Es mejor que sea fuego amigo.

Y allí aparece la mejor noticia para Macri, que no es otra que el extravío de la oposición. Pese a que la economía sigue caminando por la cornisa, sin ninguna buena noticia, el gobierno maneja la agenda de manera central y exclusiva. Créase o no, se discute de lo que el Ejecutivo quiere que se discuta: protocolo de seguridad, el contexto de River-Boca y los episodios extraídos del sensacionalismo cotidiano. ¿La oposición? Mal, pero acostumbrada.

El diagnóstico calza como un guante para la reelección de Macri, o para la continuidad de Cambiemos, sin Macri presidente. Y algo positivo está haciendo el gobierno con la contención a organizaciones sociales. Hasta hace poco tiempo, el tremendismo de los pronósticos por un diciembre negro era materia de opinión corriente. Al menos hasta hoy —y hay que cruzar los dedos— sobrevuela calma. Chicha, pero calma al fin.

Si Macri logra mantener la gobernabilidad hasta marzo, Cambiemos podría estar a un tris de disputar con chances la reelección del presidente de la Nación. La oposición política no logra desentrañar una trama que le permita abrigar chances.

La cuestión analítica del escenario político está sobrediagnosticado. Se dijo en esta columna hace mucho tiempo que el peronismo sin Cristina Kirchner no tiene ninguna chance de ganar. Pero Cristina, sin el peronismo a su lado, es la más empírica vía rápida para que Cambiemos siga ganando elecciones. El drama peronista se ve en las encuestas: Sergio Massa, Juan Urtubey, Miguel Pichetto y Juan Schiaretti tienen menos volumen electoral que una tutuca.

De manera oportuna, LaCapital fue escenario de la dispersión y la mala vibra peronista. En una entrevista que se publicará mañana, Daniel Scioli admite querer convertirse en el candidato de síntesis de todo el peronismo. Pero ayer, en un reportaje con este diario, Massa consideró que Scioli fue «el peor gobernador de toda la historia de la provincia de Buenos Aires». A veces, el peronismo se parece demasiado al radicalismo. Calma, peronistas.

Pero el gobierno nacional también comete errores, todo el tiempo, a toda hora. Consumió los vahos de los muy buenos resultados del G20 en pocas horas, enfrascándose en polémicas como las que propusieron Carrió y Monzó. No es igual lo del nuevo protocolo para las fuerzas de seguridad: el votante de Macri quiere mano dura y está a favor de lo que propone Bullrich. El voto progre que pudo haber ido a Cambiemos ya se fue, o se quedó con los radicales-macristas que, callados, no se atreven, siquiera, a cuestionar a Bullrich.

Es más, hasta se animan a valorar en público la política derechosa de Bullrich en la materia. «Por supuesto que estamos de acuerdo con esta decisión, que no es una medida aislada. Es más: nos parece que Santa Fe debería adherir y que lo aplique también la fuerza de seguridad provincial», manifestó el intendente José Corral, precandidato de Cambiemos.

Lejos de ponerse colorado, Corral cree que los santafesinos están exigiendo otra política de seguridad y que, ante los innegables problemas en la materia, su discurso va a calar hondo entre los votantes. «Acá murieron tres mil personas en diez años, pero no por las fuerzas de seguridad, por los delincuentes», dicen cerca de él. El tema seguridad será el caballito de batalla de la oposición.

Para el gobierno nacional, todo lo que oculte el pésimo bosque de la economía vendrá de maravillas. Por eso, el laboratorio de Durán Barba- Peña intenta sacar conejos de la galera para que los medios no reproduzcan como temas de portada las negras variables de la economía.

Hasta acá, lo logró a medias. Y en pocos días se conocerá el índice de pobreza, que presentará números muy críticos. En ese estadío no hay justificaciones: Macri dijo que a su gobierno había que juzgarlo por los índices de pobreza.

Cambiemos debe prender todos los días una vela para agradecer y mantener el status quo. Con opositores como los que tiene, ¿para qué necesita más oficialistas?

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