POR LISANDRO AIRA
Hace quince años que vivo en el mismo edificio de zona sur de Rosario, a metros del centro de Justicia Penal. En las últimas semanas empecé a tener un nuevo cuidado: chequear que no hubiera nadie metido en el tacho de basura Cuarta vez en diez días. Ya se volvió rutinario. Intento tirar la basura y tengo que caminar una cuadra más porque el de la mía está ocupado. Sí, cartoneros existen desde hace años, sí la basura es un problema de las grandes ciudades. Pero el ratio de frecuencia alarma.
Pensaba en escribir sobre las probabilidades de que en solo diez días me encuentre cuatro veces a gente revolviendo. Lo pensé el domingo, mientras hacía una salsa. Bajé a comprar puchos y de yapa tirar la basura. Salgo distraído, veo que en la cafetería de al lado cargan las heladeras en una camioneta. Sigo mirando que sacaron el cartel de la fachada. Que triste se ven las siluetas de los corpóreos que resistieron al sol. Una marca de derrota derretida en paredes chillonas. Piso con mis crocs el pie de la chatarra. Congelo la bolsa en en el aire, retrocedo y veo una persona adentro. Su cara se pierde entre la oscuridad de la chapa y su barba expresa. El quiosquero me ve cruzar con la basura y pregunta el motivo, le explico y dice que él ya le tiró una bolsa encima a uno.
Pensaba en no escribirlo. Era chafa. Hasta hoy, día trece, leí los tuits de Milei celebrando la baja de la pobreza. Pensé en las postales cada vez más frecuentes.
Todos los pobres se vinieron a vivir a mi barrio? ¿Es la Libertad que avanza? Normalizar acciones que ya se vuelven cuerpo. Es información. Nunca había tenido que cruzar la calle para tirar la basura. De los nuevos ricos a los nuevos cirujas. Eso me marcó un amigo : Miralos, tienen mejor ropa que nosotros.
La mancha de aceite llegó a la periferia y se chocó con sus márgenes. El olor a meo llegó a los barrios. Mensajes repletos de amor son novedosos en los grupos de whatsapp del edificio: “Yo le echaría a ese tipo un balde de agua fría”. Mientras se discutía en el grupo los turnos de quién iba a ser el encargado de tirar perfumina en donde dormían una o dos personas en situación de calle. La última vez que se discutió sobre acciones de limpiezas extras fue en la pandemia. La empresa de limpieza terminaba su trabajo a las 10 y él/ellos dormían hasta las 11. 12 millones menos de pobres.
Es domingo y tengo la rutina findesemanera tomar salir a desayunar, voy a una panadería nueva, a cuatro cuadras porque la de al lado de mi edificio cerró. Me siento a tomar el primer sorbo de café y se acerca un flaco a pedir plata, según cuenta, para ir a comprar un pantalón al Ejército de Salvación que estaba al lado. Que no tenía control de esfínteres y que se había cagado todo. Era algo crónico. Toda la mierda se vuelve esta crónica.
La crónica que termina hoy. Salgo a fumar un cigarrillo en la peatonal cortando un rato con en el laburo, San Martín y Córdoba, en pleno centro veo a un nene, uno de esos que se resisten a salir de la pobreza: no tiene más de diez años, vende esos pañuelitos que sirven para las alergias y lágrimas. Fumo y veo que no lo ven. Mediodía con un clima hermoso de primavera, el niño suspira, grita con intensidad pero poco volumen, con una potencia que sigo sintiendo en el pecho “no quiero trabajar más”.
Entre lechuzas, medias y pañuelitos
Las lechuis Qoms, son las lechuzas que fabrican tradicionalmente de forma artesanal los pueblos tobas, todos los rosarinos recibimos la oferta de alguno en algún bar. Es una técnica que se transmite de generación en generación donde cada familia hace su propia representación. Cada color tiene un significado particular pero su poder radica en tener fé, en usarlas como talismán en la oscuridad. Entran en manos chiquititas, son fáciles de llevar. Normalizamos las lechuzas y tienen un encanto que interpela al verlas posar erguidas en las mesas de los bares donde derrochamos capital. Manitos que sacan hechizos.
En los pies llevamos la nueva clase media. La clase media que vende un commodity más inestable que el dólar blue. Tres pares que van de dos mil a cinco mil y para vos tres mil, la gloriosa KB. La tobillera que llevamos todos presos de una clase media en retirada. Las últimas que compré me las vendió un nene que tenía la cara golpeada. Un mercado salvaje de pertenecer a una raza de pies descalzos, elegir entre resfriarse por no tener medias y tener que comprar pañuelitos. Prevenir, curar o entregarlos a la magia. Creer en que las alas de la lechuza se abrirán y nos guiarán, por una rendija de luz que pasa entre las chapas del tacho de basura que tiene un palo cruzado para evitar el cierre.
Alguna vez se preguntaron cómo sería su primera vez revolviendo un tacho de basura? O si fueran sus hijos los que tuvieran que hacerlo? ¿Lo harían a plena vista de todos? ¿Qué bolsa se animarían a abrir? En qué momento se animarían a meter el cuerpo entero en el tacho? Qué se animarían a comer?