El rosarino Joffre, el sanlorencino Fantoni, el baigorriense Larrauri y el de Bauer y Sigel Pablo Novara, los tres primeros debutantes, completaron todo el recorrido. Los zonales hicieron meta. Hazaña
Pese a que el Dakar se fue profesionalizando con los años y los poderosos fueron haciendo la diferencia, ya sea por la inversión de las marcas o la experiencia del piloto, esta mítica carrera que ayer completó en Córdoba su 40ª edición mantiene ese espíritu amateur que les permite a pilotos inexpertos lanzarse a la aventura. Claro que a este nivel, con presupuestos acotados respecto a los de punta, es muy difícil dejar huella y mucho más completar todo el recorrido en la primera oportunidad. Mucho más si se considera que este año fue considerado el más duro de los 10 desarrollados en Sudamérica y Argentina, luego de un 2017 livianito en el debut de Marc Coma como director de la prueba. Por eso, el contexto no hace más que resaltar la hazaña de los tres representantes de la región que debutaron y llegaron a la meta, más otro un poco más alejado pero también santafesino de la pequeña localidad de Bauer y Sigel Pablo Novara, que logró lo mismo en su segunda oportunidad. El rosarino Carlos Joffre, el sanlorencino Alejandro Fantoni, en cuatriciclos también, y el baigorriense Leonel Larrauri en UTV lograron algo increíble: llegar, algo que nadie hubiera apostado para todos. Y Leo, ¡hasta ganó la etapa!
Además, excepto Novara que por algo ya contaba con la experiencia de las dos etapas de 2017, todos llegaron ayer a Córdoba con mucho sufrimiento previo, sin dormir, apelando a las últimas energías. Y pese a eso, en el caso de Larrauri, ingresando además a la selecta gala de ganadores de especiales, obteniendo el último. Corto, pero especial al fin, luego de arribar con sol ayer al vivac de Córdoba tras cumplir la etapa del viernes y romper el motor del Can Am. Pero el equipo South Racing lo reparó a tiempo y el de Granadero Baigorria descolló en el último día, con el de Funes Fernando Imperatrice, su compañero de siempre desde que en 2016 este corredor de pista se inmiscuyó en la idea del cross country.
Larrauri lloró al final y cuando se enteró que había ganado la etapa. «No soy de emocionarme pero la peleé muchísimo. Anoche ni dormí. No sé de dónde sacamos fuerzas para seguir pero valió la pena», dijo. «Fue durísimo, si hasta creo que corrí más de noche que de día», ejemplificó con risas aliviado. «No caigo», señaló a su vez Imperatrice. «Llegamos a las 6 al vivac después de hacer el especial de noche) y encima ganamos la última etapa. Es fantástico esto», dijo.
Y otro tanto puede decirse de Joffre. Parió el viernes como nunca tras fundir motor, estuvo tirado 7 horas y reinició la marca a la medianoche. Corrió siete horas de noche venciendo al sueño, arribó 7.15 al Kempes y, sin pegar un ojo, corrió el último especial, obteniendo su segundo mejor resultado: 18º. El del miércoles fue 17º. «Fue devastador, pero estoy feliz», le expresó anoche a Ovación. Con 50 años, cumplió el sueño de su vida y, de los tres debutantes, es el que antes había empezado a transitarlo. Hace cuatro años tomó el volante de un cuatriciclo y ayer tocó el cielo con las manos con el Yamaha que le preparó Oreste Berta.
Joffre no abandonó su sueño, como le pedían sus hijos Lautaro y Teo a fines del año pasado, cuando complicaciones de todo tipo amenazaron con la posibilidad de llevar adelante la aventura. Y ellos mismos fueron a recibirlo después de 15 días extremos. «Fue una enorme sorpresa verlos. No tengo palabras, estoy muy emocionado».
Lo mismo Fantoni, piloto de pista como Larrauri y gran amigo del baigorriense. Todos los días tuvo problemas con el Can Am y todos los días el team de Daniel Mazzucco lo devolvió al camino. El viernes pudo ser el último día, luego de que la rotura del caño de escape le pinchara uno de los tanques de combustible, pero tuvo la fortuna que ocurrió cuando estaba casi vacío, sino hubiera sido incendio y final. «Es un sueño lo que estoy viviendo, es increíble», le dijo a Ovación poco antes de cumplir el último paso del Dakar: subir a la rampa del centro de Córdoba a recibir la medalla. Una caricia al alma después de tanto sacrificio.