El prescindente Javier Milei está cumpliendo su sueño húmedo: hacer mierda al Estado. Pero no con palabras, como en sus delirantes stand-ups libertarios, sino con muertos. Literal. Porque cuando Milei recorta “casta” y “gastos innecesarios”, lo que está mutilando es la vida misma.
Hoy, la falta de obra pública no es una metáfora ni un “modelo de ajuste”. Es una guadaña real que cae sobre las rutas nacionales, matando gente.
En Ceibas, Entre Ríos, el asfalto se desintegra como su discurso de “la motosierra es moral”. Hay baches que parecen trincheras de la Primera Guerra Mundial: uno de más de 4 metros de largo, otro de 20 centímetros de profundidad que puede tragarse media rueda.
Pero a Milei no le importa. Mientras sigue de viaje, la ruta del Mercosur se convierte en una trampa mortal. Ya van 56 accidentes y 3 muertes en esa zona solo en 2025. Pero claro, como no son «inversores extranjeros», no valen nada.
El vacío de gestión es total. La concesión privada terminó, Vialidad Nacional quedó a cargo, pero con las tripas afuera gracias al recorte criminal del gobierno. Resultado: cero mantenimiento, cero inversión, baches tapados a mano con piedras por los bomberos voluntarios, que además tienen que vender ropa usada y hacer rifas para conseguir combustible.
La destrucción es sistemática: Milei ya se cargó el 70 por ciento de las obras públicas nacionales. De las 2337 que estaban en marcha, solo continúan 183. O sea: el prescindente apagó el país a patadas.
Para Milei, hacer un cordón cuneta es delito, pero dejar morir a un laburante en una zanja de 1,5 metros está bien porque “el mercado lo resuelve”. Si el mercado es la muerte, lo está haciendo bárbaro.
Y mientras las provincias lloran por transferencias inexistentes, y los municipios abandonan cualquier esperanza de fondos, él sigue encerrado en su castillo digital, delirando libertades mientras pisa cadáveres.