Durante dos años acapararon el imaginario de las dos mitades de la sociedad que parió la elección del 2015. Fueron ideas-fuerza, deseo de multitudes y utopías que alimentaron ilusiones y esperanzas contrapuestas. Pero la realidad fue mellando la potencia de esas frases que en estos dos años provocaron y convencieron. “Vamos a volver” y “Llegamos para quedarnos” han sido dichas con certeza de un lado y del otro de la cancha, pero la historia demuestra que nunca se vuelve al mismo lugar y que nadie es eterno.
El “Llegamos para quedarnos” fue la llave para alinear díscolos entre funcionarios nacionales y provinciales. Y los que llegaban estaban convencidos de lo que decían, a pesar de que desde el kirchnerismo se afirmaba todo lo contrario con el “Vamos a volver”. Fue la frase del macrismo para hacer el abordaje del Estado y desanimar cualquier despunte de resistencia. Convencieron a muchos, incluso a kirchneristas desencantados, a otros oportunistas y a otros despistados por la inesperada derrota. “No se crean que nos vamos en cuatro ni en ocho años” dijeron, con el paternalismo del que lo cree realmente. Esa confianza fue apuntalada por la elección de octubre.
El convencimiento de que habían llegado para quedarse estaba en haber alcanzado un triunfo en el que no habían creído. Y en la consiguiente confianza ciega en las herramientas de manipulación de la opinión pública, –la polarización sustentada por los medios corporativos y gran parte del Poder Judicial– que les habían permitido esa victoria imposible. Si habían permitido ese triunfo tan difícil, serían decisivos también para la permanencia por tiempo indefinido.
Pero la certeza de esa frase que prometía eternidad al gobierno macrista se fue diluyendo en las reacciones masivas y airadas de fin de año, en la bronca contra los cortes de luz cuando hay que pagar una fortuna por el servicio o en el rechazo a la defensa escandalosa de Triaca que hizo el gobierno.
Pasión de multitudes, el fútbol no sirve de encuesta electoral, pero funciona como termómetro del sociólogo. Mide procesos emocionales de masas, es un síntoma, el cantito de la hinchada es como el primer granito de la adolescencia. Si te empiezan a putear en las canchas quiere decir que perdieron la paciencia, que esa frase que entonan miles de gargantas ha circulado antes en las mesas de amigos, sobremesas familiares, charlas de novios y hasta chistes infantiles que repiten lo que escuchan de sus padres. A veces, las consignas de las hinchadas son indescifrables para el profano, pero “Mauricio Macri, la puta que te parió” no requiere explicación.
El cantito vociferado por una muchedumbre se escuchó por primera vez el domingo en un clásico de masas: San Lorenzo-Boca. Algunos trataron de minimizarlo: “vinculan a Macri con Boca” explicaron. Pero el miércoles se volvió a escuchar el mismo cantito en Obras Sanitarias en la final de la Supercopa de básquet entre San Lorenzo y Regatas Corrientes. Los cuervos insistieron con el cantito, aunque el club Boca Juniors no tenía ninguna relación con esa contienda. El jueves, la frase destinada al Presidente volvió a resonar en el partido de la B entre All Boys y Ferro, en la cancha de Floresta. El PRO ha ganado muchas elecciones en Boedo y Floresta. Seguramente no toda la tribuna siguió el canto de la mayoría. Pero los macristas hicieron mutis por el foro.
Es un dato que les suma color y temperatura a los números fríos de las encuestas que muestran la abrupta caída de la imagen de Macri. Y a la vez expone la extensión de malestares, aunque todavía éstos no hayan influido sobre la decisión del voto. El “Llegamos para quedarnos” se va escurriendo por la rejilla. Por lo menos, es terreno de incertidumbres, ya no se escucha con aquel convencimiento. Los medios corporativos se permiten filtrar algunos cuestionamientos a Macri. Y van traspasando progresivamente el blindaje a la gobernadora bonaerense María Eugenia Vidal. Inclusive, para darle credibilidad a esa imagen bucólico-virginal de la gobernadora intercalan alguna crítica menor al Presidente.
Desde el otro lado, la consigna “Vamos a volver” planteaba la ilusión de una continuidad no interrumpida o el desconsuelo por esa derrota sin tomar en cuenta sus consecuencias. Sirvió para contener las tendencias centrífugas que conlleva una derrota. En esa puja, la consigna oficialista sostenida por un triunfo electoral, con el manejo del poder político, y el poder económico, de los medios corporativos y de gran parte del poder judicial, penetró a la oposición y la dividió, sobre todo al peronismo. Los gobernadores que más se volcaron a la derecha, como el salteño Juan Manuel Urtubey, lo hicieron siguiendo a una base electoral que se derechizó.
El debilitamiento de “Llegamos para quedarnos” reanimó al peronismo, pero ya no con el “Vamos a volver”. El peronismo de izquierda o de derecha nunca tuvo vocación testimonial. La conciencia de que es posible disputarle a Cambiemos despertó con respeto a la fuerza que demostró su opositor y al poder que puso en juego. Despertó también con la conciencia de sus propias limitaciones y la necesidad de encontrar nuevas herramientas. Esa conciencia sobre el adversario y sobre sí mismo, debilitó el concepto de “Vamos a volver” como consigna de la nueva etapa.
Apenas empezó el juego, todavía no se repartieron las cartas, pero se frenó la hemorragia de recriminaciones y agresiones. Aparecen referentes de convocatorias amplias en la provincia de Buenos Aires y en la CABA, que de alguna manera se proyectan hacia todo el país. Ese proceso se produjo cuando la lógica oficialismo-oposición desplazó a la de kirchnerismo-antikirchnerismo que estaba desmantelando a la oposición.
En algunos sectores se llegó a hablar de la unidad del peronismo sin Cristina Kirchner. Decían que si se promediaba su resultado bonaerense en todo el país, la ex presidenta no tenía más del 20 por ciento de los votos. Es una cuenta interesada. En realidad, Cristina Kirchner obtuvo el 37 por ciento y solamente hizo campaña en la provincia de Buenos Aires. En el hipotético caso que la hiciera en todo el país, a la mayoría de los gobernadores peronistas les resultaría muy difícil oponerse porque arrastraría a gran parte o a la mayoría de sus propias bases. La síntesis la hizo Alberto Fernández: “Con ella no alcanza y sin ella no se puede”. Esa definición implica darle al proceso de reagrupamiento un signo opositor como rasgo central.
La lógica de cómo se acomodarán los melones la darán los mismos protagonistas. Cristina Kirchner no ha jugado como conducción en ese proceso y así le gambetea al oficialismo el juego de polarizar con ella. Sin embargo, desde ese lugar, gobernadores, intendentes, legisladores, randazzistas, massistas, moyanistas, independientes y kirchneristas, jugadores en ese partido, la reconocen como referente importante.
A Urtubey o al mismo Sergio Massa no les conviene la unidad del peronismo en la oposición porque su electorado está más a la derecha y es menos peronista. Es un voto de segunda vuelta macrista y con tendencia a quedarse allí. Es difícil que Urtubey y Massa asuman un proceso de reunificación opositora que los aleje de sus bases locales. Y por lo tanto es difícil también que Urtubey y Massa puedan disputar contra Cambiemos fuera de sus distritos. La única carta que tienen para jugar es ganar en sus distritos para no salirse del juego.
El cambio de clima social y el creciente malestar con el gobierno, incluso entre sus propios votantes, constituyen el combustible de ese proceso. Según la encuesta del CEOP de febrero de este año, desde diciembre, los que se consideran oficialistas bajaron del 31 por ciento al 26 por ciento. Y los que se autotitulan opositores subieron seis puntos, del 42 al 48 por ciento. Y eso fue antes de que comenzaran a llegar las boletas con los nuevos tarifazos y antes de los cantitos en las canchas de fútbol.
Y si las encuestas y la cancha no alcanzaran, la desesperación del gobierno para distraer la atención y sacar la situación socioeconómica del centro de la información suma otro síntoma de que ese debilitamiento es real.
La caída del “Llegamos para quedarnos” arrastró también a su contraparte de “Vamos a volver”. La idea de “quedarnos” toma otros significados, igual que la de “volver”. El escenario político se sigue transformando por caminos sinuosos. La economía, en cambio, mantiene el rumbo hacia el desastre.
Por Luis Bruschtein