El clima enrarecido que acechaba a Cristina Kirchner en la previa al atentado
Bermúdez puso el foco en una serie de episodios que antecedieron al ataque. Militantes que presenciaron el hecho brindaron detalles de aquella noche. La exvicepresidenta dará su testimonio el 14 de agosto. Las burlas de Brenda Uliarte en el juicio.
“Había algo raro en el clima esos días”, describió Diego Bermúdez, el secretario de Cristina Fernández de Kirchner, que estaba al lado de ella el 1 de septiembre de 2022 cuando Fernando Sabag Montiel intentó matarla. Se refería a lo que ocurría en los alrededores de su casa en Recoleta mientras el fiscal Diego Luciani desarrollaba el tramo final de su alegato en el juicio “Vialidad”, que la tenía como acusada. El testimonio de este colaborador trajo al debate oral hechos y personajes que hasta ahora habían sido mencionados tangencialmente en las audiencias, pero que revelan un ambiente violento: el ataque de un exmilitar vendedor de Rappi a manifestantes en la puerta del edificio donde vivía CFK el día previo al atentado, la aparición de “gente de Revolución Federal en la esquina de Juncal y Uruguay”, el lanzamiento de huevos desde un balcón que llevó a la custodia a sacar una manta de protección antibalas, la instalación de vallas por parte del gobierno porteño y la actitud de la Policía de la Ciudad, que atacaba a la militancia y trataba bien a los detractores de la entonces vicepresidenta.
Pese a todo ese panorama convulsionado y tenso, aclaró Bermúdez, de 41 años, “nosotros nunca pensamos en un atentado”. “Nadie estaba esperando que le disparen”, dijo. Con su relato se reanudó el juicio por el intento de magnicidio, después de dos semanas de feria judicial de invierno. La propia dos veces presidenta dará su testimonio el miércoles 14 de agosto, informó la fiscalía al final de la audiencia.
Risas y gestos de Uliarte
Este miércoles estaban presentes solo dos de los imputados: Sabag Montiel, con su barba larga y la melena revuelta, y Gabriel Carrizo, con remera de manga larga, más informal que en ocasiones anteriores, y el pelo lacio siempre prolijo. Brenda Uliarte seguía en forma remota lo que pasaba en la Sala AMIA de Comodoro Py desde el penal de Ezeiza. El tribunal explicó que tenía que hacerse unos estudios médicos. Su imagen aparecía en la pantalla y se la veía sonreír y gesticular en forma ampulosa, parecía que cantaba y que hablaba con alguien. La presidenta del tribunal le hizo una primera advertencia, le recordó que es una de las acusadas. Pidió “que adapte su comportamiento al momento procesal que estamos atravesando”.
Todo esto ocurría mientras Bermúdez declaraba. En un momento se filtró la voz de Uliarte que repetía lo que el testigo decía. El asistente de la exvicepresidenta describía que el arma que había usado Sabag Montiel estaba en el piso y uno de los custodios, Guillermo Gallo se encontraba parado al lado, y se escuchó a la joven detenida: “que yo sepa estaba tirada en el piso y, qué más….”. Balbuceó unas palabras más y soltó una carcajada. “Es un acto de simulación típico”, alertó la fiscala Gabriela Baigún. La del tribunal, Sabrina Namer, llamó a un cuarto intermedio para ver qué hacían.
Al final, dijeron que mudaron a la joven a un lugar más apartado en el penal de Ezeiza, donde está detenida, para que siguiera desde allí la audiencia, pero no se la vio más en la pantalla. Los estudios que le debían hacer, en rigor, eran una evaluación psicológica y psiquiátrica, ya que el 25 de julio el Servicio Penitenciario Federal informó que se había provocado heridas en el antebrazo derecho con un alicate. Ella dijo que había intentado quitarse un tatuaje. La evaluaron especialistas en ese entonces y concluyeron que estaba ubicada en tiempo y espacio, que no representaba un peligro “para sí o para terceros” y “no presenta productividad psicótica”. Namer pidió una nueva evaluación y conocer cómo llegó un alicate a su poder. La chica ahora está monitoreada en forma permanente. Su abogado, Alejandor Cipolla, ya había pedido una vez sin éxito que la declaren inimputable.
El contexto y el momento
Bermúdez, que trabaja con la exvicepresidenta desde 2014, recordó que desde hacía tiempo había un grupo de “seis o siete señoras” que “se juntaban en la esquina y se disfrazaban de jueces”, hacían ruido “con bombos”, entre otras cosas. Cuando el fiscal Luciani pidió 12 años de prisión para CFK y su inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos ese movimiento de personas que iban a insultar o protestar contra ella creció, explicó. Le preguntaron cómo se generó la movilización en respaldo de ella y afirmó: “Así como fue gente a demostrar odio, fue gente a demostrar amor”.
Entre los episodios que le llamaron la atención, se refirió a la vecina del piso de arriba, del sexto, Ximena de Tezanos Pinto. “Se juntaba con Revolución Federal”, recordó. Describió que solía circular por el edificio “mucha gente que no nos quería”. De hecho, uno de los integrantes de esa organización violenta, Gastón Guerra, contó él mismo cuando fue indagado en otra causa, que entraba y salía tranquilo porque estaba haciendo supuestamente arreglos en la casa de la mujer. También estuvo Leonardo Sosa, uno de los referentes. Jonatan Morel –el dueño de la carpintería de Boulogne que recibió pagos de Caputo Hermanos– está acreditado, había estado en la cuadra con él protagonizando disturbios. Bermúdez reparó en que a raíz de los huevazos arrojados de algún balcón no individualizado salió una publicación periodística que mostraba que la custodia tenía la manta antibalas y estaba acompañada de una foto de Cristina que habría sido tomada desde el balcón de la vecina.
Habló también de la Policía de la Ciudad, que “dejaba que se acercaran a nosotros los que venían a putear” y “a los nuestros les pegaron un par de palazos”. “El día del vallado militarizaron toda la zona. A los militantes los trataban mal, a Máximo (Kirchner) –recordó– le fueron a pegar y uno le decía ‘¿querés pasar Máximo hijo de puta?'”. Además, explicó que había personal del gobierno de la ciudad “que se quedó ahí sacando fotos”. “A la custodia (de CFK) le dijeron primero que eran de obras públicas, después se desdijeron. Fue muy raro. No estaban haciendo ninguna obra. Parecían servicios de inteligencia. Después que la custodia los identificó, dejaron de ir”, comentó.
La sumatoria de presencias y circunstancias que describió Bermúdez, que podrían estar relacionadas con qué hubo detrás del atentado –que incluye posibles móviles políticos y financieros– nunca se terminó de investigar. Algunos aspectos quedaron dispersos en distintas causas. Como el caso de Revolución Federal, cuyos miembros fueron procesados por incitación a la violencia, pero no avanzó la pista financiera pese a que está claro que Morel recibió fondos del Grupo Caputo. También la famosa pista sobre Gerardo Milman –ex mano derecha de Patricia Bullrich–, que también fue mencionada. Son cuestiones que quedaron afuera del juicio oral pero que, como se advierte en el testimonio de Bermúdez, podrían tener alguna relación.
Moreno, de traje y barba, el secretario de la expresidenta describió lo que vivió en el instante del atentado. Explicó que su función no es la de custodio, ni tampoco de militancia y aclaró que el jefe de la custodia policial, Diego Carbone, no tiene ni tenía obligación de estar todo el tiempo con ella. En los últimos días, algunos medios intentaron instalar la idea de que estaba desprotegida y que ella misma era responsable. Bermúdez señaló que ella podía decir dónde quería que estuvieran sus guardaespaldas y a qué distancia podía estar de quienes iban a saludarla.
En esos días de movilizaciones, rememoró que la militancia armaba una suerte de corredor humano para que pudiera pasar, saludar, firmar libros, sin que se le viniera una avalancha de personas encima. El 1 de septiembre indicó que estaba muy cerca de ella para ir mirando hacia abajo porque estaba lleno de pozos. De pronto sintió que algo le golpeó en la rodilla y cayó al piso. Después entendió que era un libro. Escuchó un ruido metálico. Levantó la vista y no encontró las miradas de “afecto” habituales. “Había una cara que no reflejaba eso. Era una mirada de odio”, señaló. Era Sabag Montiel, que levantó las manos y dijo “soy compañero”. Intentó palparlo, pero no tenía nada. Aclaró que él no vio el arma, pero escuchó a un hombre de remera roja gritar “tiene un fierro”. Solo después un custodio le dijo que Gallo estaba con la pistola.
Contó que CFK no se dio cuenta de lo que había pasado. Él dudaba. “¿Qué pasó?”, preguntó ella en el ascensor. Creía que había sido “una gresca entre compañeros”. “No sé, pero me dicen que había un fierro”, respondió él. “Un fierro, ¿un arma?”, inquirió la vicepresidenta. “Un fierro”. Se lo pudo confirmar después. “Volví a subir, ella estaba dejando el saco en el vestidor y le dije que era un arma y que la bala no había salido”.
De armas y videos
Walter Oscar Ruales , 40 años, es uno de los militantes que se ofrecieron para participar del cordón humano “para protegerla y que no se le abalancen” el 1 de septiembre. Ruales, fue a declarar con una camisa con pintitas y un chaleco sin mangas. Sabag Montiel estaba detrás suyo. Vio su brazo asomarse. Señaló que escuchó el primer intento de gatillar, luego recordó que habían sido dos. Escuchó al hombre de remera roja gritar “tiene un fierro”. Ruales y un hombre que describió como canoso, contó, lograron pisar el arma y retenerla en el piso. Le preguntaron si la podía reconocer y dos agentes se la mostraron ahí, en el medio de la sala de audiencias.
También declaró Marcelo Fernández, a quien apodan “Jirafa” porque mide 1,95 metros. Se presentó como militante y dijo que pertenece al sindicato aeronáutico. Aseguró que estaba a un costado a unos cinco metros de CFK, vio “el tumulto”, se acercó y lo vio a Sabag Montiel, lo agarró del pecho y pese a que escuchó que estaba armado no le encontró nada. Fueron otros los que lo llevaron a la vuelta, hasta que lo buscó la policía. También vio el arma en el piso un rato después. Pero solo entendió lo que había pasado por los medios. Terminó su testimonio diciendo: “Néstor dijo que hay que cuidarla, la vamos a cuidar”. “Lo que pido es que se llegue a la verdad”.
Al final declararon dos de las chicas que estaban con Cristóbal, el joven que filmó el video que recorrió el mundo, donde se ve con claridad el brazo de Sabag Montiel que se asoma con el arma. Sofía Manusovich comentó la confusión general que había y que fue entonces que decidieron ver qué contenía lo que habían filmado. “¡Esto es evidencia!”, contó que exclamó, y se fue a buscar a alguien de la custodia para entregarlo. En efecto, y como había contado su amigo, dijo que le pidieron que pasara el video y lo borrara, pero luego se devolvieron con el argumento de que ya estaba circulando. Bermúdez había explicado que eran celosos con la información, que sólo había sido una cuestión de precaución. Estos relatos contrarrestan las especulaciones de algunos medios sobre ese borrado y el papel de la custodia.