Opinión

La canción sigue siendo la misma

Claves. Macri deberá anunciar en poco tiempo más si irá por su reelección. Lifschitz tendrá que definir si envía su proyecto de reforma constitucional. El «escándalo Triaca» reaviva debates y decisiones huecas.

 

En poco tiempo más, Mauricio Macri debería blanquear su decisión de ir por la reelección en 2019. También empezó la cuenta regresiva para que Miguel Lifschitz defina si su futuro político estará atado a una reforma constitucional, o si la misma pasa para otra oportunidad.

En los pasillos de la política santafesina se instaló la idea de que marzo será el mes bisagra para resolver el futuro de la tan meneada y nunca concretada reforma de la Constitución. Desde la década de 1990 hasta hoy, y aunque parezca increíble, fue en los oficialismos donde más se trabó la posibilidad de una modificación a la Carta Magna.

Cuando Carlos Reutemann quiso cambiar la Constitución, el resto del peronismo no se mostró muy de acuerdo. Cuando Jorge Obeid intentó lo mismo, el reutemismo y otros sectores prefirieron mandar el proyecto a la papelera de reciclaje. Hasta aquí ha pasado lo mismo entre Lifschitz y Antonio Bonfatti, aunque por estos días el ex gobernador se muestra proclive —públicamente— a aprobar un proyecto de reforma.

Pero, al margen de los propios —que a veces resultan un escollo peor que los opositores—, en el peronismo hay enormes dudas de otorgarle a Lifschitz la reforma constitucional con reelección. Cabalga sobre los senadores peronistas la frase que esgrimió uno de sus legisladores ante La Capital: «Si no le dimos la reforma constitucional al Lole ni al Turco Obeid, ¿por qué se la vamos a dar a Lifschitz?».

En el socialismo hay dos miradas diferentes sobre la cuestión. Una, referencia que no hay alternativa competitiva a la hora de enfrentar el futuro que no sea con Lifschitz de candidato, encabezando un frente con sectores peronistas que no se bancan ir detrás de Omar Perotti. «Eso no existe. El peronismo cerrará filas en las Paso del año que viene, y si gana Perotti, iremos detrás de él. No tienen otro. Además, está claro que hay un pacto entre el rafaelino y (Agustín) Rossi. Omar ni se metió en la interna para apoyar a Rodenas», vuelve a la carga un dirigente peronista que pasa la mitad de la semana en la Cámara de Diputados de la Nación.

Pese a que todos dan como segura una definición del gobernador en marzo sobre la posibilidad o no de una reforma, éste se permite dudar. «No sé por qué dicen eso, puedo mandar el proyecto en cualquier momento del año», le escucharon decir al ex intendente rosarino, que ni en sueños —dice— intentará volver al Palacio de los Leones.

Está claro que Lifschitz no quiere convertirse en pato rengo antes de tiempo, pero queda más que claro que en el socialismo ya empiezan a buscar definiciones para saber cómo será el futuro. Si Lifschitz no puede y Bonfatti no quiere, el escenario se poblará de nubarrones negros.

En el macrismo hay una especie de creencia generalizada que se sostiene en la reelección de Macri. O, al menos, en el intento. Como en el socialismo hace algunos años, el PRO tiene hoy liderazgo (Macri) y posibilidad de recambio (Horacio Rodríguez Larreta, Marcos Peña y María Eugenia Vidal). El jefe de Gobierno porteño voceó la semana pasada que «lo más natural» es que él, Macri y Vidal vayan por la reelección.

En ese caso, Macri sabe que segundos después de anunciar su decisión de pujar por la reelección en 2019, empezará en el PRO una lucha descarnada por la sucesión. Aunque suene apresurado e ilógico. Se escribe en el PRO y no en Cambiemos, porque la UCR está como furgón de cola y la Coalición Cívica es Elisa Carrió «y su club de fans».

Pero, ahora, lo que debe hacer el gobierno es tratar de mejorar su imagen, que se devaluó mucho tras la reforma previsional y el escandaloso episodio alrededor de su ministro de Trabajo, Jorge Triaca. Sabedor del impacto negativo, Macri ordenó dar de baja a los familiares de los funcionarios, en una medida que tiene mucho más de espectacularidad que de resultados positivos concretos.

Lo propio sucede con el congelamiento de los haberes de los funcionarios. Lo que importa en ambos casos es la pericia, la aptitud y la preparación de los funcionarios. Y si son aptos y están preparados, deben ganar muy buenos sueldos. De lo contrario, los buenos seguirán en la actividad privada, y los mediocres y corruptos viviendo del Estado.

La agenda nacional atrasa 30 años con estos ítems. Ya en los 90 se debatía acerca de los sueldos, los sobresueldos y los familiares de funcionarios en la administración pública. Casi con seguridad, dentro de 30 años volverán a tocarse los mismos temas. Argentina es el mito del eterno retorno.

Con la economía sin terminar de dar signos positivos, el gobierno vuelve a tomar la decisión de buscar enemigos que le permitan obtener beneficios comparativos. Hasta poco después de las elecciones de octubre, ese adversario elegido para rubricar el formidable negocio de «la grieta» fue el kirchnerismo. Ahora, que parece ir decidido a enfrentar al sindicalismo, también tiene grandes chances de salir airoso: el gremialismo, y los gremialistas, tienen los peores porcentajes de imagen en todos los sondeos.

Son esas peleas contra lo peor del pasado lo que más rédito le dan a Cambiemos. Y eso seguirá siendo así hasta que la oposición tenga en cancha algún dirigente capaz de construir expectativas en la sociedad. De lo contrario, habrá Cambiemos por largo tiempo.

Mientras eso no suceda, y no haya alternativas, cada tropezón oficialista —como el caso Triaca— llevará a la desilusión de la sociedad, pero sin buena pesca en la oposición. «Son todos lo mismo» es, casi siempre, la expresión que cabalga sobre la ausencia de presente y de futuro.

Sería bueno que, a diferencia de la película sobre Led Zeppelin, la canción no siga siendo la misma.

Mauricio Maronna / La Capital

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