Opinión

Estadista o caprichoso

No son pocos los empresarios que hablan de “chiquilinadas” del Gobierno y no comprenden el contraste entre su flexibilidad en ciertos temas y su inconmovible dureza en otros sin que la relación costo-beneficio lo justifique.

 

Que familiares de los ministros no puedan trabajar en el Estado para compensar el descrédito de la ex mucama de Triaca, empleada en un sindicato intervenido por el ministro, vuelve a recordar la conferencia de prensa del 28 de diciembre, cuando cambiaron las metas de inflación y terminaron generando más inflación. Son respuestas simples a problemas complejos que no logran solucionar y hasta los empeoran.

Pierre y Marie Curie no hubieran podido ganar el mismo Premio Nobel por ser familiares

Asumiendo que la mayoría de los familiares de los ministros hayan conseguido empleo en el Estado por influencia, no se tendría por qué haber perdido a aquellos que sí tenían méritos. Si la Academia de Suecia aplicara el mismo método, no hubiera podido conceder el Premio Nobel de Física a Pierre Curie y a su mujer, la famosa Marie Curie. O si los críticos de arte hubieran tenido el mismo prejuicio, las obras de Diego Rivera y Frida Kahlo se hubieran excluido mutuamente. Y Johann Strauss hijo no hubiera podido estrenar en el Teatro de Viena el vals El Danubio azul porque su padre homónimo antes había estrenado la igualmente famosa Marcha Radetzky, ni Jane Fonda y Michael Douglas hubieran podido ser empleados por los mismos estudios de Hollywood de sus padres. Y tantos ejemplos más o menos opinables.

Siendo una regla que el Gobierno aplica a los familiares de solo 22 personas, no hubiera sido imposible analizar caso por caso. Pero el anuncio del decreto antinepotismo de esta semana, al igual que la conferencia de prensa del 28 de diciembre cambiando las metas de inflación (más allá de su ineficacia) son formalmente atribuidos a la búsqueda de un efecto comunicacional más que a la solución de un problema.

Discutir si el problema es o está en la comunicación esconde la raíz del desencadenante: el humor del Presidente, quien precisa descargar la presión que acumula. Le atribuyen volver enojado de su gira porque en el exterior lo valoran y en Argentina le discuten todo. ¿No sabrá que esa es la característica del trabajo de todo presidente? ¿Y que en general nadie es profeta en su tierra porque de cerca nadie es normal?

Responsabilizar a Jefatura de Gabinete –in corpore a Mario Quintana– por el aumento del 10% del dólar en un puñado de semanas también esconde al verdadero autor, que es el propio Presidente, quien si nunca quiso tener un ministro de Economía fuerte, menos le permitiría ese rol a un práctico de la microeconomía como el fundador de Farmacity. Cualquier economista sostendría que el papel de los Estados es amortiguar los picos, ser contracíclicos: guardar cuando hay vacas gordas y consumir más cuando viene la época de vacas flacas. Esto vale tanto para la demanda agregada en la economía en general en forma de gasto público como para la intervención del Banco Central en el sistema cambiario: comprar dólares cuando su precio baja demasiado, vender cuando sube abruptamente. Aunque el precio del dólar correcto esté más cerca de los 20 pesos que de los 17, es evidente que habría sido mejor que el aumento hubiera sido gradual. Hasta es probable que el dólar pierda valor y vuelva a acercarse a los 18 pesos y el Gobierno entonces diga que es bueno que, así como subió, también baje. Pero en un país con la historia reciente de hiperinflaciones y megadevaluaciones, no tenía sentido estresar las expectativas económicas, los precios y las paritarias con acciones comunicativas que, si se trataran de cualquier persona, se parecerían más a gritos de enojo de un hijo caprichoso frente a su incapacidad de asimilar la frustración que a la de un padre estadista que absorbe la histeria externa y la devuelve sabiamente amortiguada.

No son pocos los empresarios que hablan de “chiquilinadas” del Gobierno y no comprenden el contraste entre su flexibilidad en ciertos temas y su inconmovible dureza en otros sin que la relación costo-beneficio lo justifique. Pero probablemente flexibilidad y dureza tengan la misma explicación: ya que no puede avanzar en los temas importantes como la reforma laboral o la reducción del déficit fiscal, porque en el fondo no está dispuesto a arriesgar consumirse todo el capital político tomando decisiones que enojen a los votantes propios, como se les pide a los estadistas, compensa (disimula) consumiendo una parte de ese capital en actuar con firmeza reprimiendo sin medida el día que se frustró la votación en Diputados de la reforma previsional, anunciando la modificación de la meta de inflación o echando a todos los familiares de los ministros.

Si el argumento de que se modificó la meta de inflación para mejorar la confiabilidad futura de los anuncios del Gobierno, porque una meta del 10% de inflación para 2018 no era creíble es cierto, ¿por qué entonces el día antes hicieron aprobar el Presupuesto Nacional con las premisas que iban a modificar?

Tiene razón el Presidente en que se le quejan de todo, hasta del aeropuerto de El Palomar sin elogiar las ventajas de las low cost. Pero esa es la tarea de quien gobierna, del maestro o del padre: soportar la crítica, la queja y la rebeldía de sus conducidos. Entrenar gobiernos que desarrollen la suficiente cantidad de músculo como para absorber la crítica, alimentándose de ella para mejorar, es lo que hizo a las democracias sistemas más eficientes para generar progreso entre sus ciudadanos. La continua insatisfacción es la que empuja la creatividad y permite un proceso de mejoras sostenidas. Por eso solo pueden ser presidentes quienes están a la altura de una exigencia tan sobrenatural y no pueden durar eternamente porque nadie puede tener recursos suficientes para responder a la permanente regeneración de las demandas.

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Macri debe aprender a no fastidiarse. Dicen que su filósofo de cabecera es Mostaza Merlo. Siguiendo esa corriente de pensamiento empirista, se podría decir que “quien se calienta pierde”

Jorge Fontevecchia

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